La madrugada del 1 de julio dejó una oscura marca en la Comisaría 6ta: un hombre entró caminando y salió casi inconsciente. Ahora, tres efectivos están tras las rejas, acusados de algo que debería ser impensado: abuso de autoridad y violencia dentro de la misma institución que promete proteger.
Víctor Cristian Morales, de 36 años, se dedica a la albañilería y lleva una vida que, como la de muchos trabajadores, transcurre entre mezclas de cemento, ladrillos y jornadas agotadoras. Pero ese lunes no terminó como cualquier otro. Según relataron sus familiares, Morales fue detenido por participar en una gresca callejera, un incidente que, en principio, no parecía revestir mayor gravedad.
Ingresó a la Comisaría 6ta cerca de las 4:30 de la madrugada. "Estaba bien, caminando por sus propios medios", afirmaron sus allegados. Pero horas más tarde, cuando recuperó la libertad, el cuadro era completamente distinto: presentaba hematomas visibles, golpes en la cabeza y, lo más alarmante, convulsiones.
El relato familiar es contundente: aseguran que fue brutalmente golpeado mientras estuvo bajo custodia. Tan graves fueron las sospechas, que la Unidad Fiscal de Investigación (UFI) de Delitos Especiales tomó cartas en el asunto de inmediato. La investigación incluyó el secuestro de las grabaciones de las cámaras de seguridad del interior de la dependencia y entrevistas con otros detenidos que habrían presenciado parte del suceso.
Los resultados preliminares fueron suficientes para avanzar con detenciones: dos agentes y un suboficial quedaron imputados y privados de su libertad mientras continúa la pesquisa. Las autoridades no revelaron aún sus identidades, pero se supo que todos prestaban servicio en la comisaría en cuestión la noche del incidente.
La gravedad del caso no sólo radica en la presunta golpiza, sino en el contexto en el que ocurrió. No se trata de un hecho de violencia entre particulares, sino del posible uso desmedido de la fuerza por parte de quienes tienen la responsabilidad de hacerla cumplir. La comunidad no tardó en reaccionar: las redes sociales se hicieron eco del caso, y organizaciones de derechos humanos locales comenzaron a seguir de cerca el proceso judicial.
“No queremos venganza, queremos justicia”, expresó uno de los hermanos de Morales a la prensa, visiblemente conmovido. Desde el entorno familiar temen por posibles represalias y piden garantías para que el caso se investigue con la debida transparencia.
Por el momento, Morales se recupera de las lesiones. Fue atendido en un centro médico tras presentar convulsiones al salir de la comisaría y actualmente permanece bajo cuidado familiar.
El caso recuerda que las heridas más profundas no siempre son visibles: cuando la confianza en las instituciones se quiebra, la sociedad entera tambalea. La investigación sigue su curso, pero las preguntas ya están en el aire: ¿cuántos más? ¿quién controla a los que deben cuidar?
Mientras tanto, la justicia deberá responder no sólo por un hombre golpeado, sino por la herida que se abre cada vez que el poder se convierte en abuso. Y es una herida que no sana con silencio.